El amante
Suelta mi ojo, mirada,
déjame deberte verte.
Vierte tu cálida locura en
mi vaso lento.
Derrúmbate, pared,
no interrumpas mi paso.
Déjame pasar de mí,
estallar desde mis sesos.
Pisa mi frente, cielo,
y mójame con tu agua de estrellas,
noche.
Me estoy empujando hasta
mi puerta;
me estoy echando de mí
como a un visitante necio.
Estoy viendo a la Luna
bajar una de sus manos y
posar en ti
una caricia blanca, ¿me escuchas?
Te estoy viendo desnuda bajo
la Luna, locura.
Hoy me rompí el hueso del
oído hablando contigo.
Estoy inválido de una oreja
por tu culpa.
Quizá por eso estoy viendo
tantas cosas que antes
(antes..., oh tiempos de
los mitos) no veía:
los locos lagos rojos de
la abundancia
brillan nuevamente para mí.
Tengo certezas en mis manos
cuando te palpo.
Toda tú te derrites cuando
nos tocamos, y no sé
si me equivoco de seno,
pero estoy tocando el mundo,
eso que tiene justo
el tamaño de un beso.
Dame mi mano, cosa,
no me dejes tomarte.
Quiero rodear de nuevo tus
hombros con mi brazo.
Tienes justo el tamaño de
la furia, cama.
Te pido que seamos, día.
La planta saca sus pies del
suelo y crece.
Estoy aquí, en ti.
Después de haber estado
veinte años a la sombra,
ardo y me consumo
en este estar alzándote en
mis ojos.
Estoy en mí, desde ti,
húmedo de tus ratos,
oliendo cómo sacas un billete
de ida
hacia la magia.
Estoy en el centro de esa
vaginal maravilla
que es vivir contigo dilatadas
noches.
Estamos juntos en tu mirada,
ilusión.
Me engañas porque soy falso.
Devuélveme mis ojos, visión,
huye conmigo.
Dame de nuevo mis fémures,
paso,
no me lleves a ninguna parte.
Quiero regalarme un cansancio,
un detenerme en mí como el
último de mis latidos.
Dos bocas se tocan besándome
en mi beso.
Estoy en todo lo que beso,
tu cuerpo
contiene el trópico de mi
cuerpo, mi mano
en tu mano toca tu tocarme.
Hay mares que huelen como
huelen tus axilas:
cuando estoy en tu olor,
el mundo se arrepiente.
No me explico qué serías
sin tu cuerpo:
suelta, pues, mi fuga.
Arroja mi ida lejos de ti
y alejémonos más de cerca.
Estoy llenándome de ti, me
inundo.
Tu agua ya me llega al cuello.
Bailo con tu baile, no contigo.
Entrégame mis dedos, mano,
quiero tocar la geografía
del viento.
Quiero para mí tu humedad,
agua. Bébeme, vaso.
Sáltame, pierna mía,
corre más allá del resto
de mi cuerpo;
ve a traerme las carreras
que no alcanzo,
las tardes rapidísimas en
que esperar es un café.
Después, súbeme tú, viejo
cuerpo mío,
escala los peldaños de mi
ser y llega hasta mi puerta.
Si vienes a las cuatro, podrás
tocar el timbre:
a esa hora sólo estoy yo
en mí mismo.
Un taxi me ha traído de vuelta
hasta tu pelo:
beso las catedrales que tu
camisa sepulta.
Muerdo tu calor; mi lengua
se fríe en tus aceites. Mi
cuerpo
conversa nuevamente con tu
cuerpo
con peludas palabras que
son casi gemidos.
Te trago, Luna,
¿no ves como brillo?
Sorbo tu luz y mi boca lo
sabe.
Por eso se apresura sobre
tu piel en nube,
trepanándonos a fuerza de
besar y de morirse.
Déjame mundo,
mujer, déjame aire,
quiero seguir viviendo después
de haberte amado,
para trenzarme a ti de nuevo
y subir hasta nosotros.
Suelta mi ojos, mirada, ven,
déjame verte luego.
Vierte ahora tu locura sobre
mí.
Tu vaso estallará en lo lleno
de mi vaso,
pues de amarte ya estoy
con la piel llena de urgencias:
en prisión de amor, no hay
desvarío.
À mon condor
Mientras llega tu mañana,
rompe con todo;
sé tan sólo tú, aunque pagues
el precio
de conocer el vacío que vive
en cada sombra.
Sal de ti y ponte a amar
la primera forma bella que
a tu paso encuentres.
Habítala sin dudas: tu deseo
nunca miente.
Aléjate de quienes, por envidia
o por prudencia,
intenten frenar tu marcha.
Conserva un buen libro, un
par de amigos,
el amor a lo bello y tu inocencia.
Después vendrá la orden
que te hará morder el polvo,
y te verás cambiar hasta
no reconocerte.
Consuelo para gotas
Camino del lago con su cuerpo
a cuestas,
para al fin ir a perderse
entre burbujas y peces,
ya suelta, casi pateando,
un último quejido.
Al aire ella llamaba su máxima
locura, y avanzaba
entre cardos y escolopendras,
dudando,
pero qué brillo perdían cada
vez más sus ojos.
Esa gota tuvo un día conciencia
de ser agua,
y en el lago pensaba resolver
su destino,
como alguien que escribe
una vida ajena.
Hoy acude, ya sin prisa,
a su última cita.
Mañana, sólo el agua la echará
de menos.
Nadie está a salvo
Brilla, estrella de la hoja,
gánate esta noche peluda
de gritos
sentada en mí como una visión,
púdreme el deseo.
Brilla y llévame de vuelta
al país de pensar la cárcel
rota,
la tarde sin ventanas y la
fiel amante.
Brilla y ruge loca de dominios,
verde en disparates y aviones
miopes:
como una viuda alegre,
brilla más en tu tristeza.
Destruye la unidad y vive
sola,
triúnfate en la muerte del
poema vivido.
Magma ebrio
Mi cuchillo está enfermo
de techos que se mueven,
y mi pobre noche llena de
naranjas muertas,
llorando globos rojos se
va yendo al paraíso.
Mi valium baila ahora un
verde en mi barriga,
mi cuchillo se ha clavado
en un pecho inmóvil.
Este es el que mató con un
cuchillo a sus orígenes,
sin cenizas que poblaran
de nuevo sus venganzas;
coleccionista edipo, árbol
rayado en sus nubes,
toda ley sangra, todo pecado
ayuda.
Este soy, el cuchillo que
cena con las cosas,
la quimera con lentes de
barro loco, el mundo.
Mi triste cuchi yo, el pan
del génesis,
la sangría, el velo, resquicios
lentos,
mi carga mala ya está inválida
de los ojos
para arriba, y mi feudo cerrado
al diente ardiente:
una cama que late, una espalda
mordida.
Centro del mandala
Alabado sea tu hoyo, cosa
que vive,
grande es el humo que no
me llega,
todo lo que te late me palpita
y tumba
armándome vencedor de los
quicios rotos.
He aquí tu himen, amada muerte,
por él maté a las últimas
manos que me saludaban.
Alto como el mejor asesino,
mentí mi vida
mientras el mundo me veía
crecer y hacerme.
Ahora en tu boca pasto y
bufo,
duermen los buitres que merodean
mi lengua,
no hay desiertos tan dulces
como tu cueva.
Sutra # 255521589722118662
El tiempo de la carne es
el tiempo del dolor:
la voz abierta como un chorro,
en los ojos las pisadas de
un pensamiento
que se niega a existir,
el grito decapitado que se
oye a sí mismo
mientras cae en su cabeza.
Todo el tiempo de ser es
el de inventarse,
y el tiempo de inventarse
es el tiempo del dolor:
tan sólo un río que se seca
en otro río,
tan sólo un tiempo sumergido
en otro tiempo.
No hay victoria para aquel
que triunfe sobre el deseo.
El río sigue,
la corriente continúa mostrando
su mismo rostro.
Nada es igual a la Nada en
el fondo del tiempo.
Son las ocho
Lejos, la araña titiritera
se ha dormido en sus hilos. En la mesa hay una mañana guardada en un frasco de jalea. ¿Ves? La mesa se ríe del sol con su
agonía a cuadros. Te digo que son las ocho, desnúdate, poema. Hay tanta prisa en esos pasos forrados de ciudad como en mis
dedos bajo el guante de la vida.
Se ha dormido en sus hilos
la vieja araña, ¿ves? Tirita de frío la titiritera, y titilan con brillo mis glicinas negras. Hay algo que dice: «Chosonlaso»,
o algo así, con una voz que parece un círculo: la palabra bola, redonda adivinanza hecha de espacios y de tiempo, viene rodando
a nuestra cama, nos descubre desnudos entre nosotros mismos (yo entre tú, entre mí... un lío),
dos cuerpos atados como para
vivir
«Chosonlaso», nos dice, y
lo repite:
«chosonlasochosonlasochosonlasochosonlasochosonlaso»
Su voz se parece a los pasos
de alguien que camina en el lodo, pero está sobre nosotros. ¿La ves? ¿Puedes vivirla?
«Son las ocho», nos dice
de repente, y tú me miras.
«Son las ocho», me dices.
Yo callo.
«Son las ocho», te digo.
¿Callas?
Logos dormido
Se me durmió la voz de tanto
hablar en sueños,
sonámbulo bufón.
Me están roncando todas mis
palabras juntas.
Como una loca golondrina
que sabe decir mundos
se me ha dormido la lengua
en que pienso,
amo y me desarrollo.
Sólo cuando duermo intuyo
que vivo:
mis palabras se despiertan
y hablan solas.
Mi única voz se hace única
por primera vez, nuevamente.
Se me ha dormido el mundo
en mi voz.
¿No digo nada?
Gloria B.
Está lloviendo en clave de
sol.
Sencilla, tranquilamente,
está lloviendo.
Es como a veces,
el agua cae,
las aceras y las cosas
se mojan humildes con su
beso húmedo,
sólo que ahora
llueve música:
un violín infantil
ingenuo
está mojándome.
Mis empapados cabellos
chorrean pipí de violonchelo.
Estoy oyendo cómo cae
la música y la veo
salpicar mis libros con su
agua de abluciones.
Y estoy en mi cuarto, fumándome
un poema,
y estoy solo, como siempre,
lentamente ahogándome
bajo la música.
Solológico
Ayer estuve en el Solológico:
¡Qué lugar
tan absurdo! Había paredes
enormes,
bloques de cemento, altos
muros grises.
Estaban mi mirada, las cosas
y el mundo
desierto.
Estaba yo, y nadie más.
¡Y yo que había abierto mis
paraguas,
apedreado mis ventanas,
cañoneado mis mil puertas!
¡Y yo que con perfume mis
orejas había ungido
para que al entrar en ellas
alguna bella voz enloqueciera!
Pero sólo me vi a mí,
allí, en el Solológico,
solo como un mono sin acordeón
ni bailes;
solo como un dálmata sin
sus manchas;
solo como el tigre que prestó
su tigresa
al león que, por su culpa,
se volvió camaleón.
Esta noche también voy,
como todas las noches,
a decirme que esta noche
todo será diferente.